Hay una historia donde un capitán abandona su buque en medio de la batalla argumentando cansancio y enfermedad, hasta entonces el capitán había sido brillante en la conducción, sin embargo los marineros le rinden homenajes y le desean lo mejor pues creen contar con las armas suficientes para proseguir con éxito. Al poco tiempo los marineros zozobran al mismo tiempo en que se enteran de que su capitán ha comenzado a navegar en otro buque.
Los seres humanos tendemos a ser débiles, cambiantes y contradictorios. Más allá de nuestras creencias o nuestra moral nos regimos por instintos, y como ser humano el capitán aprovechó el momento preciso para irse a dirigir un buque mayor. El problema no es ese, quizás cualquiera habría hecho algo parecido en sus zapatos. El problema es que fue el capitán lo suficientemente listo como para dejar a todos los marineros y observadores convencidos de que es una gran persona, que amaba su anterior buque y que no estaba allí simplemente por fama o por oro. El problema no fue del capitán sino de la tripulación y del dueño del barco que le creyeron, le creen y no han sido capaces de darse cuenta de que fue lo que pasó, no han tenido capacidad de reacción y cuando se recuperaron del golpe se dieron cuenta que estaban 10 metros debajo de la línea de flotación.
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